Nunca he sido aficionada a la radio ni a las entrevistas. Estas últimas me ponían nerviosa porque acostumbraba a detectar —cada vez más— cierta tendencia del entrevistador a dejar a un lado las preguntas interesantes para centrarse en lo que comúnmente llamaríamos «escarbar en la mierda»: hacer preguntas incómodas al invitado, con mala fe, para sacarle los colores y despertar el morbo de la audiencia.
Yo en una conversación tiendo más al feelgood y eso provocó que, con el tiempo y por la baja calidad de las emisiones, dejara de ver la televisión1)Hace años de eso ya, pero no incluyo aquí a las plataformas recientes de contenido audiovisual como Netflix o Amazon Prime Video donde tú eliges lo que ves en todo momento.. Con la radio sucedió lo mismo, me decanté por Spotify y mis canciones de siempre (si no fuera por mi pareja no tendría ni idea de música actual) y las entrevistas o programas de tertulia se convirtieron en algo del pasado.
Eso cambió recientemente, diría que el año pasado, cuando me aficioné a los pódcast para poder sobrellevar el aburrimiento que acompañaba a ciertas tareas monótonas y repetitivas en el hogar y para tener compañía en mis largos paseos. Empecé con un programa conocido que sabía que no me iba a decepcionar, El escritor emprendedor, y de allí di el salto hacia otros pódcast que poco a poco se fueron ganando mi corazón.
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