Este es el primer invierno, de los tres que llevo en Eslovaquia, en el que las nieves se hacen de rogar. La primera tormenta cayó en diciembre (por costumbre lo hacía en noviembre) y se manifestó discreta, apaciguada; apenas cuajó y al día siguiente solo había dejado los suelos ligeramente mojados, como unas lágrimas borradas en un parpadeo. Le siguieron días de temperaturas inestables y cielos encapotados, pero siempre por encima de los 0 ºC1)Si piensas que tengo alma de señora del tiempo, mi futuro marido coincide contigo. Es una de mis personalidades en permanente conflicto con la bibliotecaria de mirada reprobadora.; tardamos en poner la calefacción en casa2)En ello influyó también, por supuesto, mi nueva manta de Hogwarts, adquirida en una incursión a uno de los Primark de Viena..
Estamos en febrero y el tiempo sigue igual: las grandes tormentas de nieve parecen cosa del pasado. Por una parte es espléndido, porque permite pasear por la ciudad sin temor de resbalar en el hielo y sacrificar algún hueso en el ejercicio. Pero por otra da cierta pena, ya que uno de los placeres del invierno es leer al calor de la lumbre (o de la calefacción, en tiempos modernos) mientras afuera la naturaleza se desata.
Mi apetencia por las lecturas fue como el invierno: le costó arrancar y empezó con pasos pequeños (relatos), aunque al final cogió algo de fuerza. Te dejo con estas lecturas que amenizaron los días grises de diciembre, por orden de finalización, antes de las consabidas compras literarias.
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