Hans va al Bosque de las Hadas

Hans titubeó en la linde del bosque, pero un solo vistazo al cielo cada vez más encapotado le bastó para desterrar sus dudas y adentrarse en el temible Bosque de las Hadas. «Voy  armado», pensó, «he cogido este hacha bien afilada de casa del leñador y sé usarla;  si algún monstruo intenta evitar que hoy vea a mi amor, amenazaré con cortarle la cabeza y seguramente se rendirá».

Y así, dándose ánimos a sí mismo e ignorando el silencio cada vez más perturbador del bosque, Hans se fue internando en el corazón de la espesa arboleda hasta que sus pies le llevaron a un hermoso claro repleto de flores de vívidos colores.

En el centro del claro distinguió un pequeño lago, pero eso no fue lo que llamó su atención. En la orilla, devolviéndole la mirada, había un caballo joven y brioso. El animal no llevaba silla ni brida, pero tampoco parecía salvaje ni se mostró temeroso ante su presencia. Más bien parecía invitarle a que se acercara.

Caballo misterioso
Hans dudó. Por un lado, pensó que alcanzaría antes su destino si montaba al caballo. Sin duda, el animal pertenecía a algún viajero que se había perdido en el bosque y la noble criatura debía estar deseosa de contar con un nuevo amo que lo llevara de nuevo hasta los verdes prados.

Por otro lado, recordó las advertencias que tanto su familia como su amor le habían dado a lo largo de los años. «El bosque engaña», le habían dicho, «las cosas no son lo que parecen». Pero el caballo parecía un caballo y Hans habría apostado su dedo meñique a que así lo era.

El animal pifió y sacudió la cabeza en su dirección, incitándole a tomar una decisión. Hans tuvo la sensación de que el hermoso caballo no le esperaría por mucho tiempo.

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