Hans decidió montar al noble animal. Dejó su hacha en el suelo, receloso de que el animal la considerara una amenaza, y se acercó al caballo con paso decidido. No pudo evitar maravillarse y reír complacido cuando la hermosa bestia agachó la cabeza, rindiéndose ante su evidente superioridad.
Hans estaba acostumbrado a montar a pelo así que, de un ágil salto, subió con presteza a la grupa del animal y acarició su lomo musculoso con placer. «Haría un buen negocio», pensó, «vendiendo una bestia tan majestuosa en el mercado».
Nada más el caballo, que en realidad era un kelpie, notó el peso de Hans sobre él, se abalanzó con rapidez a las aguas oscuras del lago y se sumergió en ellas.
Hans no volvió a emerger y no fue hasta unos días después, cuando su amor consiguió encontrar su rastro semioculto por el tramposo bosque, que se descubrió su fatídico destino.
El poderoso hechicero vengó a Hans, quien se convirtió de ese modo en la última víctima del malvado kelpie; pero eso es otra historia.
FIN